martes, 30 de octubre de 2012

LA DERECHA, ALIVERTI, OPINION

La derecha está aburrida

Por Eduardo Aliverti

Ni siquiera la foto de Moyano y Macri conmovió un escenario político prácticamente inmóvil. Ante la impresentabilidad de esa yunta, y aunque el retrato era imposible de ocultar, los medios opositores optaron por desvanecer el impacto. Pero eso, a su vez, les significó tratar de estremecer a través de cuestiones que no le mueven un pelo a casi nadie. Es éste un buen punto de partida para echarle una mirada, ya persistente, al conjunto del panorama.

La noticia más trascendente de la semana fue la aprobación del nuevo régimen de administración de riesgos del trabajo. Por su peso en sí, en tanto es relativo a un área muy sensible del campo laboral; pero también porque es susceptible de críticas en ese plano, donde el kirchnerismo –con razón– se jacta de ostentar algunos de sus mejores blasones. Y son críticas que aparecen fundamentadas. No se discute lo positivo de actualizar y agilizar el cobro de los montos indemnizatorios. Pero la eliminación de la denominada “doble vía”, por la cual el trabajador tenía el derecho de demandar a su empleador ante la Justicia, aun cuando hubiera cobrado la indemnización de su ART, no es algo de lo que el oficialismo pueda precisamente enorgullecerse. Y mucho menos lo es que, para el caso de que el laburante opte por la jugada de máxima, se haya establecido la competencia del fuero Civil y no del Laboral. La ley sancionada barre con lo que Mario Wainfeld bien definió como uno de los puntos cardinales del justicialismo, cual es la preeminencia de los Tribunales de Trabajo que creó Perón cuando, a mediados del siglo pasado, conducía la Secretaría de Trabajo y Previsión.

Sirvió como herramienta democrática para compensar las desigualdades ínsitas a la relación entre trabajador y patronal. Mandar laburantes al fuero civil, que exime de mayores comentarios sobre la concepción ideológica de (muchos de) sus jueces, efectivamente es hacer jugar de visitante al más débil. El colega rotuló a este engendro como una “ley corta”, que mantiene la deuda de no ser atendida por una más larga capaz de haber contemplado la prevención y seguridad laborales. Porque, a ver si nos entendemos: la ley actúa cuando el daño ya está hecho, cuando el trabajador ya perdió un brazo o una pierna, o sufrió una afección incapacitante. La Presidenta reconoció este déficit, al señalar que el instrumento sancionado era sólo un primer paso, pero de todas maneras no se explica por qué no empezaron al revés o con la ley más larga. Y si no se explica, quiere decir que mejor no explicarlo. No por nada, vamos, no hubo siquiera un atisbo de festejo, sino apenas tibios aplausos de circunstancia, cuando la bancada oficialista alcanzó la aprobación.

Sin embargo, sucede que en esa misma deficiencia está escondida –solamente para quien no quiera verlo– la tremenda carencia de opciones que sufre la oposición. O, más que eso aunque termine siendo idéntico, la encerrona en que está atrapada. Porque resulta que, al tratarse, la ley, de un hecho en que el kirchnerismo puede ser corrido legítimamente por izquierda, no pueden hacerlo de tan corridos que están a la derecha. Y entonces el episodio no les despertó la ocurrencia de aprovecharlo contra los K porque, ¿cómo hacen para denigrar a una ley con tintes pro patronales, digamos para ser suaves, si lo que viven cuestionando con furia es que éste es un Gobierno que no ofrece seguridad jurídica, que nos aísla del mundo, que espanta las inversiones y que hasta nos lleva al comunismo? ¿Cómo hacen? A lo sumo se registró la firma de alguno que marcó la contradicción gubernamental entre “el relato” nac&pop y lo consentido el miércoles en Diputados, pero no hubo ni grandes títulos ni coberturas destacadas en los medios opositores. No pueden. Están presos de su propia lógica, nuevamente. Una lógica que radica en darle carácter de peligrosísima a la vocación transformadora del kirchnerismo, cuando el apriete de las medidas oficiales, antes o además que por ahí, pasa por afectar a los intereses corporativos de un grupo comunicacional.

 En verdad es razonable (genera pudor remarcarlo) que la realidad, cualquiera sea la interpretación dada al término, no deba reducirse al enfrentamiento entre el Gobierno y Clarín. Pero es igual de cierto que, en la coyuntura, lo político-expreso se manifiesta a través de esa antítesis. Salvo esa corporación, Clarín, y algún que otro discurseador periodístico amarrado entre el mitrismo posmoderno y revistas vendehumo, el Gobierno no tiene contendientes. Esos que tiene tuvieron que dedicarse, por ejemplo pero no el ejemplo menor, a evaporar la foto de Macri con Moyano. Y a operar como afrenta que la Fragata Libertad siga interdicta en un puerto africano, y que trajeron a la mayoría de sus tripulantes a hurtadillas a la medianoche. Erigieron su relato en base a denunciar una nueva “desmalvinización”. “Estamos ocultando a nuestros heroicos marineros” fue la construcción de sentido de los medios opositores. O sea: si es por atracción mediática, un embole. Si no era eso, no había con qué porque la foto del camionero y el dandy es repulsiva. Y la ley de ART, quedó dicho, les juega en contra para producir semántica anti K.

Como escribió un colega que milita en las filas opositoras: entre la plana superior de los radicales, el PRO y el peronismo no kirchnerista, siendo que el astillamiento de la oposición no parece tener retorno, el único objetivo sería que en 2013 consigan números capaces de entorpecer que la Presidenta vaya por otro período. Y la segunda meta es que eso abra una crisis en el oficialismo, que, hasta donde se sabe, carece de plan B. Tal cual dijo el colega, si no la sacan a Cristina de la cancha, el partido del 2015 se les puede hacer imposible. El problema, o su solución, consisten en el porqué de una Cristina 2015 a la que sería inverosímil vencer. Siempre –obligatorio reiterarlo– según lo reconoce la propia oposición, y tanto la dirigencial como la mediática. Es en ese aspecto que corresponde insistir con algunas preguntas que, por razones diversas, son cuidadosamente evitadas. ¿Por qué no hay oposición, excepto la periodística? ¿Es cosa abstracta, producto de generación espontánea, que los radicales estén partidos en tres pedazos y refugiados, sin votos de proyección nacional, en un griterío de jefes municipales y referentes sueltos? ¿Es sólo porque el trabajo no se cuenta entre las adicciones de Macri que el PRO no puede crecer por fuera de la geografía porteña? ¿Es nada más que la vocación provinciana lo que impide que los socialistas se extiendan más allá de Santa Fe?

¿Son los vedetismos de sindicalistas, progres gorilas, cineastas, cómicos, pitonisas, ambiguos, personajes mediáticos, lo que obstaculiza que puedan conseguirse un Capriles vernáculo, así sea para juntar un mamarracho en condiciones de ponerle raya al kirchnerismo? ¿Es eso? ¿O es que –interrogante un tanto insistente en este espacio, admite el firmante– no poseen ni encuentran la fórmula para proponer una alternativa de modelo capitalista mejor que el existente hace ya doce años largos?

 Una variante es creer que sí disponen de la pócima. Pero sin chance alguna de exponerla porque les significa desnudar que al cabo se trataría de retroceder a los ’90 para, encima, ir a contramano de los vientos que soplan en la región. No deja de ser notable la falta de puntualización de esta obviedad, porque sucede lo antedicho. Se habla, y es irrebatible, de que la oposición no existe; de que no puede articular más que tácticas de acuerdos parlamentarios sobre temas que al grueso social no le van ni le vienen; de que está discapacitada para promover una figura unificadora, a ese fin de ensamblar al espanto contra Cristina. Pero nunca se indaga en los motivos de esa invalidez, que no es de ahora ni de ayer. Vienen de derrota en derrota, hace ya un ciclo más extenso que el del primer peronismo. Y cuando ocurrió la excepción de haber ganado, contra la 125 y en su expresión electoral de 2009, tampoco supieron conformar no ya una potencialidad avasallante, sino tan sólo una fuerza ligeramente presentable que tuviese un papel destacado en el Congreso. Otra vez, otra enésima vez: ¿cuál es la causa de que no se interrogue por qué no pueden? ¿No será que la oposición no existe gracias a los méritos del oficialismo? ¿Y que el verdadero problema es la inviabilidad de reconocerlo?

La cuestión es que la derecha está aburrida. No sabe por dónde entrar. La fragata no es. La ley de ART, tampoco. El abuso de la cadena nacional ya fue. Los dólares que faltan para viajar al exterior ya fueron.

Muchachos, busquen otras cosas cautivantes. Y si no las encuentran, pregúntense eso del porqué.

29/10/12 Página|12
 
GB

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